Mes: enero 2019

Los ‘millennials’ y los académicos cuestionan cada vez más el mito del amor romántico y exclusivo. ¿Va la monogamia camino de convertirse en algo anticuado?

Poliamor

Cuando Giazú Enciso, doctora en Psicología Social especializada en afectos y feminismo, escribía en 2001 su tesis sobre poli­amor, la gente solía mirarla perpleja y preguntaba qué era eso. Bueno, explicaba ella, la verdad es que el asunto tampoco era algo tan nuevo aunque sí lo fuera el término. “Los primeros datos sobre no monogamia vienen del Paleolítico. En los sesenta y setenta ya había artículos sobre la práctica de tener más de una relación sexual o romántica de forma consentida. En los ochenta estaba de moda ser swinger y el intercambio de parejas. Pero la primera vez que se usó la palabra poliamor fue en 1990 en un artículo. En esa década también se habló mucho de placer femenino, y Ética promiscua, el libro de referencia de Dossie Easton y Janet Hardy, se publicó en 1997”, recuerda casi 20 años después de publicar su trabajo, el primero en español sobre el tema.

Morning Glory Zell-Ravenheart fue quien acuñó la palabra poliamor en un artículo, y poco después volvió a emplearla en una convención neopagana. Lo que entonces trataba de definir no era algo tan radicalmente nuevo, —el apareamiento y las relaciones románticas múltiples tienen una larga y diversa historia—, pero, desde aquellos orígenes neohippies y alternativos, se ha pasado a un escenario francamente distinto. El poliamor ha dejado los márgenes para ocupar el centro de un buen número de debates y estudios. El mundo académico y, en particular, la sociología, la psicología y la filosofía viven un boom de publicaciones sobre alternativas a la monogamia desde hace 10 años. Y en las ciencias naturales, la discusión sobre las tendencias naturales del ser humano viene de largo. Algunas investigaciones aseguran que la exclusividad sexual no es innata y que contribuyeron a ella factores como las enfermedades de transmisión sexual y la necesidad de estrechar la cooperación y las relaciones de parentesco. Este mes, un estudio identificó los genes relacionados con la tendencia a la monogamia, pero la dificultad para examinar las interacciones entre cultura y biología hace imposible dar respuestas tajantes a la pregunta de si los humanos somos monógamos por naturaleza.

Históricamente, la institucionalización de esta exclusividad se ha producido en el matrimonio, pero lo que hoy muchos consideran el culmen de una relación solía ser un instrumento para asegurarse propiedades, estabilidad financiera o conexiones. El amor era una enajenación temporal o un ingrediente que podía ayudar a sobrellevar una unión de por vida. Casarse empezó a ser visto como un vínculo fruto de una relación romántica en Occidente a partir del siglo XIX, cuando se empezó a hablar de poner el corazón por delante del bolsillo. Desde entonces, la lista de lo que debe aportar la pareja, en una relación larga y exclusiva, no ha hecho más que crecer: debe dar estabilidad, pero también novedad; seguridad, pero también misterio. La pareja debe ser amante, ancla, ofrecer la mejor amistad y consejos, además de, llegado el caso, apoyar al máximo en la crianza. Y sobre todo, debe encarnar el amor verdadero, un sentimiento legendario y apasionado, del que no se duda y que nunca se apaga. El discurso está presente en todas las películas, en todas las canciones, grabado a fuego en nuestro cerebro. La experta en teoría de género Coral Herrera lo describe como “la utopía colectiva”. Y añade que el sueño difundido es “encontrar a nuestra media naranja para encerrarnos en una burbuja de amor romántico”.

Este supuesto amor, tan único, exige renuncias: principalmente, al sexo con otras personas. Puede haber otras relaciones, pero “solo una tiene el apoyo social, solo una está certificada como correcta, apropiada”, señala la educadora y activista LGTBQI (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, queer e intersexuales) Brigitte Vasallo en Pensamiento monógamo, terror poliamoroso. “Es un compromiso simbólico, el pago que se hace para adquirir esa legitimidad: yo no me acostaré con nadie más, pero, a cambio, nuestra relación será superior a las demás”.

Hoy muchas voces defienden que los modelos están cambiando. El pasado octubre, en la Universidad Carlos III de Madrid, decenas de veinteañeros atendían a una conferencia titulada Lejos de la monogamia. Se debatió sobre cómo abrir de forma ética un noviazgo, sobre relaciones no jerárquicas, sobre si el poliamor es, por defecto, feminista. Al acabar, varias chicas se acercaron a Noemí Casquet, una youtuber con más de 100.000 seguidores que desentraña conceptos como el de polidramas (por ejemplo, los celos de metamores, las otras parejas románticas o sexuales de tu pareja).

 

¿Se está abriendo el abanico de las formas de relacionarse? Es complicado decir si en la actualidad hay un mayor rechazo a la monogamia porque, para empezar, es difícil precisar cuántas relaciones no exclusivas existen. Las uniones de más de dos no están reguladas, en general, aunque hay religiones y países como Marruecos que admiten la poligamia, y recientemente (en Brasil y Colombia) ha habido casos en los que se ha aceptado. Pero más allá del plano legal, lo cierto es que apenas hay cifras claras sobre relaciones no monógamas, y las pocas disponibles vienen de EE UU y son dispares. Según un informe del Journal of Sex & Marital Therapy de 2016, una de cada cinco estadounidenses (un 20%) asegura tener o haber tenido una relación consensual fuera de la pareja. Otros estudios colocan el porcentaje en ese país en torno al 4%, equiparando sus dimensiones a las de la población LGTBQI (según algunas estadísticas, también muy variables).

Pedimos que la misma persona sea a la vez amante, amiga, consejera y compañera de crianza

Lo que sí abundan son pistas, indicadores de que el tabú de la no monogamia se diluye, de que se habla más de ello. Sobre todo en Internet. En la lista de palabras googleadas en 2017 en EE UU, en la categoría de relaciones, “poliamor” fue la cuarta más buscada. Las redes sociales también son clave para que las comunidades que rechazan la monogamia se encuentren y se apoyen, especialmente fuera de la heteronormatividad. Y ahí es fácil toparse enseguida con el mapa que ideó en 2010 Franklin Veaux, educador sexual y coautor de Más de dos. Usando la teoría de diagramas de Venn, Veaux trata de poner orden y categorizar, con decenas de clasificaciones y superposiciones, desde relaciones abiertas a poligamia religiosa, pasando por la polifidelidad (una relación romántica o sexual que implica a más de dos pero no permite relaciones fuera del grupo sin un acuerdo). También tiene su sitio la anarquía relacional, que, según la activista y educadora Roma de las Heras, implica que no se establece una “diferencia entre vínculos románticos o no románticos como amistades, familia, relaciones de crianza o cuidado. Y si lo hace, no privilegia los primeros sobre los últimos”.

El mapa de Veaux no ha parado de crecer y en Occidente la no monogamia empieza a dejar de ser tabú. Conceptos como fidelidad, adulterio, cuernos, van mutando. Muchos millennials han crecido en un ambiente más liberal e informado y ven como una opción más, por ejemplo, el poliamor. A esto, sostienen algunos, ha contribuido la visibilidad de la comunidad ­LGTBQI, que ha abierto la puerta a cuestionar lo establecido.

Una prueba más de que las relaciones no normativas han dejado los márgenes se encuentra en las pantallas. En los dos últimos años Netflix ha estrenado Tú, yo y ella, comedia sobre una pareja enamorada de una tercera persona; Nola Darling, versión de la película de Spike Lee de 1986 sobre una joven con tres amantes, y Wanderlust, sobre un matrimonio que prueba a salir con otros, además de varios documentales sobre la monogamia. Los actores de Hollywood también hacen de altavoz, con Scarlett Johansson declarando que la exclusividad “no es natural”; y la antigua niña Disney Bella Thorne, presentando a su novia y su novio. La no monogamia ética —las relaciones consentidas con otros fuera de la pareja— cuestiona los vínculos íntimos y emocionales que establecemos entre nosotros, personal y colectivamente. ¿Es esta una época en la que se consumen amores, amistades o parejas de forma vertiginosa, como productos? ¿Qué es la fidelidad realmente? ¿Tener varias parejas simultáneamente rompe dinámicas de poder y patrones de antaño? Abundan las preguntas que cuestionan un tipo de relación que, aunque no sea monógama, deja las cosas como están. Muchos activistas defienden que la no monogamia es una decisión esencialmente política, que va mucho más allá del sexo y la esfera íntima. “La monogamia no se desmonta follando sin más, ni enamorándose simultáneamente de más gente, sino construyendo relaciones de manera distinta que permitan follar más y enamorarnos simultáneamente sin que nadie se quiebre en el camino”, escribe Brigitte Vasallo. Pero, claro, no faltan quienes, aprovechando el discurso de la no monogamia, van dejando cadáveres a su paso.

Abundan las críticas a una no monogamia que no es política y consume relaciones como productos

Para la periodista británica Laurie Penny, que lleva 10 años practicando el poliamor y habla de ello en Bitch Doctrine, hay algo profundamente millennial en este cambio. “Algo unido a esta generación temerosa, frustrada, sobreanalizada, con un sentido exagerado de las consecuencias de sus acciones y el impulso de hacer el bien en un mundo loco. Queremos la libertad sexual y el amor libre que nuestros padres disfrutaron, al menos en teoría, pero también una comprensión más profunda de lo que puede ir mal. Queremos diversión y libertad, pero también sacar buena nota en el examen. Queremos hacer lo correcto”.

Cabe esbozar una sonrisa cínica ante todo esto, pero entonces se pasarían por alto las pertinentes preguntas que esta nueva reflexión sobre el amor plantea: qué significan los roles de género, el significado del compromiso, el porqué de los celos. En definitiva, ¿qué es eso tan complicado de amar a otros?

Link Original.

https://elpais.com/elpais/2019/01/22/ideas/1548152386_924628.html

El País.  Por qué se habla tanto de poliamor. Raquel Seco.