He escuchado a muchas mujeres que me manifiestan que ya no se sienten queridas porque su marido ya no es romántico como antes. Podríamos decir que la parafernalia romántica no tiene nada de malo ni de destructivo y sí mucho de ocurrente y de divertido si se le usa con ese fin; es decir, como una herramienta de seducción, como una escenografía donde ambos saben que es un juego compartido para crear un corte en las rutinas cotidianas y renovar o refrescar el vínculo afectivo y erótico.
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